miércoles, 24 de septiembre de 2014

Circular

Algunos afirman que la circular es una forma perfecta. Que empieza y acaba sin aristas y sigue una circunferencia suave y progresiva. Exactamente los mismos grados en cada punto. Se cierra y se abre en un punto desconocido y a la más leve imperfección la pureza del círculo desaparece y el círculo mismo se esfuma, deja de ser.

Las personas que afirman eso nunca han estado en uno.

Sólo lo conocen en su forma ideal. Los que hemos estado sabemos que la circular es una forma absoluta y que uno debe violentarse para salir de ella. Y aún así.

Un círculo, digo, resulta hórrido. Sin principio y ¡sin fin! No es posible saber dónde empieza ni cuándo acabará. En él la tensión es continua, permanente e inalterable. No sube, no baja, no muta. Igual. Y luego, igual. Y luego, igual, igual y igual y ya no se sabe si estamos en el luego, en el antes o en el ahora.

El círculo no tiene dirección, ni historia, ni tiempo siquiera. No avanza ni retrocede, es sólo una línea circular de la que no se puede salir y a la que tampoco se puede entrar. Es tiránico: o es un círculo o no lo es. No hay medias tintas o es un círculo perfecto o no es nada.

Los círculos están llenos, ahí no cabe nadie más y por eso nadie puede salir de un círculo sin romperlo. Algo que, por supuesto, los círculos no están dispuestos a permitir.

Alguien, alguna vez, dibujó un círculo. Los sabios se alertaron y corrieron a desglosarlo en radios, circunferencias, diámetros y arcos intentando, ¡ay vanidad¡, acabar con la tiranía del círculo mediante una razón de taxidermista. Pero el círculo ya estaba aquí. Y reía, y reía y reía a la idea de que unos simples humanos fueran a la vez tan excelsos y tan locos como para crearle y pretender acabar con él.

Esa risa sólo cesó cuando lo utilizaron para crear un triángulo.

Daniel Phillips, CC


La risa, digo, enmudeció y hoy el círculo espera soberbio al temor de los humanos que, por contra, no hacemos más que alabarlo. 


lunes, 22 de septiembre de 2014

Otoño, hola

Si se me pregunta por el verano no sabré qué decir. Imposible clasificar a una de las temporadas más convulsas que recuerdo. 

En política. En familia. En trabajo. En la vida en general. 

Y qué queréis. El otoño solía ser una época tremenda: se acababa la fiesta y empezaba la emoción. Luego el otoño era un drama después de unas breves mieles. Cortas y breves. El típico síndrome postvacacional sin épocas tremendas ni emociones de principio de curso. 

Hace tiempo que las estaciones han perdido su sentido. Eso es cosa de los jóvenes que culminan hitos en cada una de ellas. Los adultos nos conformamos con que al cabo de tres primaveras, o tres otoños, o tres veranos o tres inviernos la vida interese un poco más. Una chispirrita. Que ya es. 

Hoy el otoño llega. No sé cómo será. Por el momento nos ha traído frescor y lluvia y una rutina que voy a romper cogiendo la brocha y pintando paredes. Igual es que me mola el olor a disolvente. Igual es que a falta de diazepán pues pinto paredes. Quién sabe. Igual sí. 




sábado, 20 de septiembre de 2014

Voy a escribir

Sobre la nada que es nadie. Nada y nadie. Esto es lo que ocupa mi vida y lo que soy. Nada, no hago nada. Nadie, no soy nadie.

No tengo un sitio a donde ir, ni de donde salir. Tampoco un lugar al que volver. El vacío me ocupa y habla poco. Hablar con él es como mirar a un sitio que no existe: nunca contesta nadie. Antes estaba enfadada y luego estuve triste. Antes, hace más tiempo aún, recuerdo reírme mucho y pasarlo bien. Pero eso fue antes. Hace tiempo. Mucho tiempo. Tanto que ni me acuerdo cuándo.

No duermo mucho. Tampoco como demasiado y en apariencia vivo. Lo hago como un animal. Todavía soy capaz de pasar algunas horas haciendo ver que hago algo. Los demás parecéis asumir que es así. No preguntáis y yo no pregunto. Camino, me muevo, me alimento y estoy limpia. Con eso basta para aparentar vida. No duermo mucho porque la alerta se ha convertido en un estado permanente. Una amenaza sorda y continua que sugiere que todo puede empeorar. Y que seguramente así será.

Antes me reía pero no recuerdo porqué. Ahora ya no me río. No sabría de qué. Tampoco estoy enfadada o triste. Qué va. Eso también fue antes, cuando creí que siendo fuerte todo se arreglaría. Bueno, todo no pero sí, al menos, una parte.

Pero no. Eso no pasa y creer que pasará no tiene sentido. La nada es permanente y en ella soy nadie.

Después de triste me sentí amenazada. Supongo que fue nadie quien me amenazaba. Yo ya sabía que estaba ahí, detrás de todo. Acechaba esperando su turno tras la risa, la ira y la tristeza. Lo sabía pero hice como si no, pensando muy ingenua que si lo ignoraba dejaría de estar. Olvidé que nadie no está, que es nada y que los esfuerzos por obviarlo son inútiles. ¿Cómo girarle la cara a nadie? Es imposible.

Ahora, nadie está aquí, conmigo. Lo tengo a mi lado mientras escribo y me vigila. Puede que sea incluso nadie quién escribe en mi lugar. Yo le dejo, ya no me da miedo. Nadie, por lo menos, es absoluto y eterno, como la nada que lo acompaña. Me ha elegido y yo escribo. O quizás es él. Tanto da. No lo temo como antes me pasaba. ¿Para qué? Él estará de todos modos y, si quiere, me tendrá. Además me ha enseñado algo cierto: me dice que me acostumbre a él y que va a seguir a mi lado cuando decida que la dosis de sufrimiento ha sido suficiente. Me ha dicho, también, que puedo acabar con él cuando quiera.

Y en medio de la nada, nadie me ha reconfortado. Será desconocido pero no es esto.

Vosotros parecéis felices. Sabed, sin embargo que nadie también os espera y que nos encontraremos en él.